El rancho del tata

Miro y güelvo a mirar las paredes del rancho, la pieza donde dormimo con la Inés, con esa ventanita tan chiquita que da al patio. Desde ai veo el aljibe y la tranquera.
¡Cómo nos gustaba jugar con la Inecita en el verano en el patio! Ni bien nos dispertabamo saliamo corriendo pa’juera. Y endispué, cuando el sol picaba, nos metíamos en el tanque pa’ refrescarnos. El tata se enojaba porque nunca estabamo a la hora de comer. Gritaba como loco en la puerta y se quejaba:
- Segurito que esto no pasaba si hubiera estado su madre.
Y no, capá que no pasaba. Andá a saber.
Pero la verdá es que a nosotras nos gustaba andar así, solitas, mientras el tata se iba al campo a trabajar. Los demás nos tenían lástima y le decían al tata que nos mande con la agüela a los Güenos Aires. No podían entende que nosotros queriamo apechugar todo así, juntitos. Yo la peinaba a la Inés con una trenza bien tirante y la mandaba a la escuela bien linda, pa’ que los demá supieran que ella tenía quien la cuidara.
Yo se que al tata le gustó la idea de que me arrime con el Neme, y que la Inecita puede sola con la cocina, la güerta y las gayinas. Pero aunque venga a visitarlos no va a ser lo mesmo.

Me viá poné el vestido celeste, agarro mis cosas y enfilo tempranito pa’ lo del Neme, mientras el tata y la Inecita duermen. No quiero que me vean lagrimear cuando dejo el rancho.